Que no sea, sin embargo, la canción del odio,
nacida de la injusta y larga humillación.
Ahora me descuelgan unos dedos piadosos
de las horcas señoriales de la palabra,
y cae poco a poco la clara lluvia
en esta tierra nuestra de pobres sembrados.
Olvido dulcemente las olas y las horas,
y el miedo de morir m’esdevé una tranquil.la
mirada caminando muy cansado en la puerta
del hostal silencioso y cálido de la noche.
Allá quedaba el rumor de las anchas aguas,
me llaman al reposo del profundo desierto,
mi maligno número se salva en la unidad.
Salvador Espriu