La noche era suave y cálida, el extraño otoño mallorquín. En el Espai Illes, en pleno “call” palmesano, nos reunimos un grupo selecto. No éramos multitud -ni lo pretendíamos- pero el pequeño salón-librería se llenó por completo. Fue una “noche Tarbut”, la tan esperada presentación en Palma de la última novela de Francesc Valls, “El domador de puces”. Me tocó el honor de ejercer de presentador y, según los comentarios que pude pillar al final del acto, no lo hice del todo mal. Hay quien dice que Miquel Segura y Francesc Valls son almas gemelas: ya me gustaría -expliqué- ser capaz de escribir una novela tan apasionante y sugerente como “El domador de puces”.
Quería transmitir al público -y quizá lo logré- toda la magia de un relato capaz de trasladar al lector a escenarios tan sugerentes como Egipto, la Argentina opulenta y tumultuosa de la primera mitad del siglo XX, la Rusia zarista, el París bohemio y canalla y, cómo no, la Cataluña medieval. Intenté explicar el gran acierto de Francesc al ser capaz de mezclar épocas y personajes en una historia frenética que gira en torno al supuesto anillo del rey Salomón, una joya codiciada por los poderosos del mundo porque, según la leyenda, otorga los secretos de la sabiduría del monarca judío. Era lógico que me entusiasmase hablando de un libro que me gustó mucho porque contiene -y así lo expuse- las dos grandes pasiones de mi vida: la identidad judía y la literatura en catalán.
El auditorio, además, parecía hecho a la medida del acto. Junto al conseller de Cultura i Educació del Govern de les Illes Balears -cuya presencia, inesperada, fue una grata sorpresa para todos- estaba el director del IEB, Tòfol Vidal. Y entre el público, una nutrida representación de miembros de la Comunidad Judía. Eran el mejor público y el mejor ambiente para una noche de complicidades. Francesc Valls, como no, se sintió muy a gusto, y así lo expresó en su casi emocionada intervención. Tras los parlamentos oficiales, quedó flotando en la atmósfera de la sala la cuestión que yo había formulado para cerrar mi intervención: si “El domador de puces” es, como creo, una novela mejor que “El código Da Vinci”, ¿por qué no se ha traducido a veinte idiomas y distribuido por todo el mundo?
Era una buena pregunta, sobretodo si pensamos que fue planteada ante los responsables en Baleares de la promoción y apoyo de nuestros libros, los escritos en catalán. Era obvio que nadie podía improvisar una respuesta concreta, pero el tema quedó “colgado” en el ambiente. Algo así como un compromiso o una apuesta de trabajo.
A la salida, la plaza de Santa Eulàlia estaba quieta y tranquila. Las viejas piedras de la Palma levítica y señorial parecían dormir en la cálida quietud de la noche.
GUIÓN DE LA PRESENTACIÓN – El domador de pulgas
Conocí Francesc Valls un día de mucha lluvia en Tarragona. Éramos almas gemelas! (Excepción hecha de lo físico: el suyo es de galán del cine) Teníamos en común: la identidad judía, la pasión por las raíces, la escritura y el medio de vida. Ambos nos ganábamos las algarrobas escribiendo, ya fuera por cuenta propia o por ajena.
Él dice que es un técnico de comunicación transversal: yo no he llegado a tanto. Pero … hay más diferencias.
Por ejemplo: la manera de entender la literatura. Mis novelas son viajes interiores, inmersiones en busca de las raíces, la memoria, la infancia perdida. Una especie de literatura que hoy no está de moda.
Iré al grano: «El domador de puces” (El hombre que domaba las pulgas) -y lo tengo escrito- es una especie de «Código Da Vinci «, pero mucho mejor. Una historia fascinante, una prosa en catalán brillante, rica, llena de sugerencias y evocaciones, una acción trepidante, la magia de saltar de una época a otra como un bailarín prodigioso y un final que no resulta nada decepcionante, sino todo lo contrario
Una buena novela, tengo entendido, debe trasladar al lector a unos mundos inalcanzables, el autor debe ser capaz de hacer volar al lector a través del tiempo y del espacio. Francesc, aquí donde lo veis, es capaz de eso y mucho más. El domador de puces -sólo el título ya es, en sí mismo, un puro sugerencia-nos traslada a escenarios tan distintos como la Cataluña medieval, Argentina rica y esplendorosa de la primera mitad del siglo XX, Norteamérica, Centro-Europa, la Rusia tzarista, Egipto y, sobre todo, París, siempre París: todo un frenesí de historias que convergen en la del protagonista: un catalán aventurero, un poco hacia fresco, enamorado de la vida y de las mujeres guapas. Y en medio, un enigma histórico: el famoso anillo del rey Salomón, un talismán codiciado por los poderosos de todo el mundo.
Esta historia en manos de Dan Brown … y la destroza. Es una historia que requiere talento literario. Y eso es lo que tiene en Francesc Valls-Calzada. Escribir – creo que dijo Josep Pla- es describir, y él lo hace preciosamente, con un léxico rico y vigoroso, a veces romántico, que magnetiza al lector.
Y si todo esto es así, y no lo dude: por qué Dan Brown ha hecho millonario y Xesc no (Aunque ha tenido mucho éxito?
Aquí tenemos que entrar en un debate distinto: la novela en catalán. Promoción, distribución, oficio, globalización. Si mi amigo Alex Sussanna, que ahora vuelve estar al IRL, hubiera cogido esta novela con «cariño» y la hubiera llevado a la Feria de Frankfurt … como lo hizo con «la piel fría», otra gran novela en catalán.
Escribir en catalán. En nuestra lengua y de lo que nos apasiona. Y aquí entramos en la última parte, la más importante: «El domador de puces» es una historia judía. La shalommania, el amor por nuestra historia, la defensa de nuestras ideas, esta necesidad de pasarlo todo por el filtro de las raíces. Todo esto quizás no liga con la comercialidad ni te lleva a ganar el RLL y mucho menos el «Planeta», pero te da una gran, enorme, infinita satisfacción.
De la que -estoy seguro-sintió anoche Francesc Valls entre vosotros.
La que siento yo … Lea el libro. Es nuestro y es de uno de los nuestros. ¿Qué más os podría decir?
Miquel Segura
Notícia original en Tarbut Sefarad